viernes, 2 de septiembre de 2011

CAZA DE BALLENAS





En la década de los años 20, durante el apogeo de la «caza de ballenas» en el Antártico, cuando 20.000 grandes ballenas se convertían cada año en jabón, velas y comida para perros, algunos científicos y políticos británicos con visión de futuro se dieron cuenta de que, sin la gestión adecuada, la bonanza terminaría pronto en desastre. La historia les dio la razón y las poblaciones de ballenas se fueron reduciendo casi hasta la extinción al cabo de pocas décadas. Un total de 300.000 ballenas azules del Antártico fueron asesinadas a finales de la década de los 30. Hoy en día sobreviven unas 700.

Estas ballenas se alimentaban de una única especie de crustáceo pelágico –el krill antártico Euphausia superba– y las necesidades anuales de comida de la población intacta de ballenas se estima en 150 millones de toneladas. Esta cifra sólo puede entenderse bien comparándola con otras de la misma magnitud: la biomasa de la población de ballena azul antes de la caza de ballenas era de unos 40 millones de toneladas, que es casi tanto como la biomasa de mil millones de seres humanos. Por otro lado, el volumen de pesca anual en el mundo desde la década de los 70 es más o menos la mitad de la biomasa de krill que se comían anualmente las ballenas antes de la caza de éstas y en menos del 1% del área. Mientras que la pesca ha resultado ser una grave sobreexplotación global de las existencias, la captura de krill por parte de las ballenas era claramente sostenible. Sin duda, la cadena alimenticia de los gigantes –diatomeas- krill-ballenas– era muy eficiente y su capacidad de recuperación había quedado demostrada por la supervivencia a lo largo de los pasados ciclos climáticos.

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